Oaxaca donde se celebra la fiesta entre vivos y muertos

En Oaxaca, la muerte no es el final. Es parte de un ciclo que se honra con respeto, arte y cariño.

El Día de Muertos no es sinónimo de tristeza, sino de presencia, de vínculo eterno entre los que están y los que ya se fueron.

Las familias preparan altares llenos de significado: colocan las fotos de sus seres queridos, sus comidas favoritas, flores de cempasúchil, veladoras, incienso, calaveras de azúcar, y objetos que cuentan historias.

Es un ritual lleno de símbolos, pero sobre todo, de amor.

Una ciudad que se transforma en altar

Desde finales de octubre, Oaxaca se viste de tradición. Las calles del centro histórico se cubren con tapetes de aserrín, altares públicos y desfiles coloridos. El aroma del copal inunda el aire y el sonido de las comparsas alegra las tardes.

Los mercados rebosan de pan de muerto, chocolate, frutas, papel picado y artesanías. Las personas se disfrazan de catrinas y catrines, pero con respeto y orgullo, como homenaje a la muerte elegante que vive en cada rincón oaxaqueño.

La noche del 1 y 2 de noviembre

El 1 de noviembre se honra a los niños difuntos, y el 2 de noviembre a los adultos. Esas noches, los panteones se convierten en espacios de luz, vida y recuerdo.

Uno de los más emblemáticos es el Panteón de San Miguel. Ahí, cientos de familias adornan las tumbas, prenden velas, llevan música, comida, y pasan la noche acompañando a quienes ya partieron. No es un espectáculo: es una ceremonia viva, donde la espiritualidad se mezcla con lo cotidiano de una forma única.

La experiencia de vivirlo

Como visitante, vivir el Día de Muertos en Oaxaca es una experiencia que te transforma. Te enseña a mirar la muerte con otros ojos. No como pérdida, sino como continuidad. Como el amor que no muere, sino traspasa el tiempo y espacio.

No se trata de mirar desde afuera, sino de participar con respeto. De escuchar, de observar, de dejar que el alma se toque por la emoción de una tradición tan humana como universal.

Oaxaca se queda en ti

Después de vivir el Día de Muertos en Oaxaca, no regresas igual. Llevas contigo una enseñanza silenciosa, una emoción que vuelve en cada flor naranja que veas, en cada vela encendida, en cada recuerdo que guardes de alguien que ya no está.

Porque Oaxaca no se visita, se siente. Y su cultura, más que observarse, se honra.

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